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Rigel

Los mayores en la sociedad actual

Los mayores en la sociedad actual Por primera vez en la historia coexisten cuatro generaciones de españoles. Los aumentos en la esperanza de vida, que ya roza los 80 años (75,7 para los varones y 83,1 para las mujeres) ha hecho que conocer a los bisnietos no sea un privilegio reservado solamente a unos pocos, sino una experiencia cada vez más normal.

Llegar a viejo es ya el horizonte normal en la vida de los ciudadanos. A principio de siglo XX, sólo una de cada cuatro personas llegaba a cumplir los 65 años; en las condiciones de mortalidad actuales, 86 de cada cien personas alcanzan la vejez. El número de personas mayores de 65 años supera ya con creces los siete millones (el 17,3% de la población). Los octogenarios son más de millón y medio, y el número de nonagenarios se acerca al cuarto de millón.

El aumento del número y de la proporción de personas mayores es un logro histórico: vivimos más y vivimos mejor. Constituye una de las transformaciones sociales más importantes producidas en el último tercio del pasado siglo. Una transformación que no se debe sólo a los avances médicos y a la universalización de la sanidad, sino también a muchos otros avances en el plano social, económico y cultural, que se han traducido en mejoras en las condiciones de vida, en la alimentación, en la educación, en el trabajo y en el ocio.

Nunca había habido en España tanta cantidad de vida. Ni tanta calidad. La mejora general de las condiciones de vida ha llegado también a los mayores, que han sido siempre un grupo especialmente vulnerable. Aunque todavía hay personas mayores que no disponen de medios económicos para llevar una vida digna, la universalización del sistema de protección social y la mejora gradual de las pensiones han contribuido a contener esa vulnerabilidad. Sin embargo, queda todavía por ganar una batalla decisiva para garantizar una adecuada calidad de vida en la vejez, la que supone atender a las personas mayores que no pueden realizar por sí mismos las actividades de la vida diaria.

Algunos mitos sobre la vejez

Hay muchos mitos sobre la vejez, profundamente instalados en el subconsciente colectivo, que no resisten el más elemental contraste con la realidad. El principal de ellos es el que nos lleva a pensar que todas las personas mayores se asemejan. Sin embargo, las personas de edad constituyen un grupo social muy diversificado. Envejecemos de formas singulares, que dependen de numerosos factores (el género, el nivel de formación, los estilos de vida, la actividad que hemos desempeñado, las aficiones, el hecho de vivir en un medio urbano o rural, el tamaño de la familia, las actitudes ante la vida…) que hacen que nos vayamos pareciendo cada vez menos conforme vamos envejeciendo. Tanto nuestro estado de salud como nuestra visión del mundo y la actividad que somos capaces de desarrollar a una edad avanzada, son una síntesis de la experiencia que hemos acumulado a lo largo de toda nuestra vida.

Otro mito muy extendido es que el hombre y la mujer envejecen de la misma forma. Lo cierto es que las diferencias son sustanciales (basta considerar los más de siete años que distancian la esperanza de vida de varones y mujeres) y crecientes. Algunas de estas diferencias obedecen a factores biológicos, pero muchas otras se deben a las diversas funciones y responsabilidades que hombres y mujeres han asumido a lo largo de su vida. La mujer no siempre ha sido más longeva que el hombre. Las diferencias en la longevidad aparecieron a medida que el desarrollo económico y los cambios sociales fueron eliminando algunos de los riesgos más importantes para la salud femenina. Con la reducción de la natalidad y las mejoras en las condiciones de vida y de higiene, el riesgo de morir en el parto disminuyó. Paralelamente, la división del trabajo propia de la industrialización llevó al hombre a asumir más riesgos ocupacionales que, al combinarse con otros factores relacionados con los estilos de vida, han contribuido a que se produzca un número mayor de defunciones prematuras entre los hombres.

Un tercer mito es la idea de que las personas de edad son frágiles. La realidad es que la mayoría de las personas mayores siguen estando en condiciones de salud adecuadas y mantienen la capacidad para vivir de forma independiente. Los que requieren asistencia para las actividades cotidianas constituyen una minoría y son, por lo general, los muy ancianos, pues el deterioro de las habilidades funcionales comienza a presentarse, en la mayoría de los casos, a partir de los ochenta años. Estudios recientes indican que el nivel de discapacidades graves está disminuyendo paulatinamente en el grupo de las personas de edad, debido a las mejoras en la atención sanitaria y en la prevención.

El cuarto de los mitos es que los mayores no tienen nada para aportar. Nada más lejos de la realidad. Basta con mirar alrededor para darse cuenta de lo mucho que nuestra sociedad se está enriqueciendo con las vivencias, la experiencia y la contribución de los mayores. Muchos artistas e intelectuales mantienen una plenitud creativa bastantes años después de la edad a la que podrían haberse jubilado. Según la última encuesta de población activa, el 17% de los licenciados universitarios y el 63% de los doctores continúan activos entre los 65 y los 69 años, y una proporción igualmente significativa (4% de los licenciados y 26% de los doctores) lo hacen incluso después de los 70 años.

Por otra parte, son muchas las personas de edad que ocupan su tiempo en tareas no remuneradas, que suponen aportes importantes a la economía y a la sociedad. Una contribución especialmente significativa es la que están haciendo tantas y tantas mujeres mayores que, además de cuidar a sus nietos (y en ocasiones también a sus hijos, que cada vez permanecen más tiempo en el hogar paterno), siguen atendiendo a otros miembros de su familia, a veces, incluso, a sus propios padres octogenarios o nonagenarios.

Queda un último mito, que ha calado profundamente en el discurso social, pero que tampoco se sostiene ante un contraste crítico con los hechos: que las personas de edad son una carga para la sociedad. Habitualmente se enfatiza el costo que representa el sistema de pensiones y la atención de salud de las personas mayores, en lugar de destacar los sustanciales aportes que éstos hacen a la sociedad. Suele olvidarse que los recursos económicos que los mayores reciben del sistema de protección social, aparte de ser la contraprestación por las cotizaciones e impuestos que pagaron durante su vida activa, alimentan la actividad económica y contribuyen a generar riqueza.

También se olvida que los recursos que se dedican a la atención de las necesidades de las personas mayores se están empleando simultáneamente en mejorar la calidad de vida y en crear empleo, pues los servicios para los mayores son intensivos en trabajo y constituyen uno de los yacimientos de empleo más importantes. La inversión en servicios para los mayores genera importantes retornos económicos que confirman su eficacia como mecanismo de generación de actividad económica y de empleo. Dos ejemplos, no precisamente recientes pero especialmente significativos, son el mantenimiento de empleo del sector turístico en temporada baja inducido por los programa de vacaciones para la tercera edad del IMSERSO, iniciados en la década de los ochenta, y la reactivación que los balnearios españoles experimentaron cuando se pusieron en marcha, también por el IMSERSO, los programas de termalismo social.

Las formas de vida de los mayores: un cambio tranquilo

El papel de los mayores en nuestra sociedad y, como consecuencia, sus pautas de consumo y de ocio, están cambiando de forma gradual, pero perfectamente perceptible. Si hasta hace pocos años se consideraba, por ejemplo, que las nuevas tecnologías tenían que buscar su clientela dentro de las capas más jóvenes de la sociedad, hoy ya nadie discute, dentro de ese sector, que los mayores son un grupo de consumidores con un gran potencial.

El ordenador se ha convertido en un regalo típico de jubilación, y se calcula que en 2005 más de tres millones de jubilados utilizarán Internet. Desmintiendo prejuicios infundados, las personas mayores se han revelado como usuarios entusiastas, capaces de aprender rápidamente a desenvolverse en este nuevo medio. Gracias al tiempo del que disponen, son capaces de acumular en pocos meses una dilatada experiencia.

Otro rasgo significativo es el incremento del número de personas mayores que han optado por vivir solas. De acuerdo con los datos del último censo, en 2001 eran ya más de un millón. La mayor parte de las veces, para estas personas, vivir solo no significa estar aislado (de hecho, la inmensa mayoría siguen manteniendo contactos frecuentes y satisfactorios con sus familiares), sino vivir de forma independiente, tener la oportunidad de organizar autónomamente el tiempo y disfrutar a fondo de él.

Todos estos cambios están derribando los mitos que, hasta ahora, condicionaban nuestra percepción de la vejez. La imagen social de los mayores ha mejorado gradualmente y lo seguirá haciendo en el futuro. Conforme la presencia de los mayores, activos y capaces, se vaya haciendo más evidente en distintos ámbitos de la vida y se vayan reduciendo las distancias que todavía separan el nivel de instrucción y la situación económica de los mayores del resto de la sociedad, los ciudadanos irán descubriendo el potencial y la contribución que los mayores hacen a la sociedad.

1 comentario

Raquel -

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