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Rigel

Frustrado

Frustrado Mi hijo menor acaba de decidir que va a dejar el fútbol. Dice que "ya no le divierte". Tiene 16 años, y la perspectiva de dedicar dos horas a los entrenamientos en días alternos y la mañana del domingo a los partido le parece ahora un compromiso inasumible, cuando hace sólo un año era la ilusión de su vida. Dice que prefiere aprender a tocar la guitarra, algo que, sin duda, contribuirá bastante más que el fútbol a hacerlo popular entre las chicas.

A mí no me gustaba el fútbol, pero mis obligaciones paternas (ir a recogerlo a los entrenamientos, llevarlo a los partidos, comentar con los otros padres las decisiones del entrenador...) han hecho que terminara por aficionarme. Aprendí la diferencia existente entre un centrocampista y un central cuando el entrenador decidió que él debía jugar un poco más retrasado, y comprendí por fin lo que era el fuera de juego viendo como ordenaba a los demás defensas que se adelantasen y levantaba luego la mano para dejar en evidencia al delantero contrario, que recibía el pase a sus espaldas. He disfrutado viéndolo hacerse un hueco en el equipo. He sufrido con sus lesiones. Me he alegrado con sus victorias y, poco a poco, he aprendido a no entristecerme demasiado con sus derrotas. Y sí, he gritado con todas mis fuerzas irreprocibles lindezas a los árbitros, que tienen la maldita manía de ser terriblemente caseros cuando él juega fuera, y dejar de serlo cuando juega en casa.

Ahora tengo que aprender a aceptar una decisión que no comprendo, que me tiene frustrado y que no me ha dejado dormir.

Y tengo que procurar no interesarme demasiado en sus habilidades como guitarrista, para no sufrir otra decepción cuando decida que la música tampoco le divierte.

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